Mírame a los ojos

22 de junio, 2025

Mírame a los ojos

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Mis abuelos apenas hablaban. Se miraban. Después de toda una vida juntos les sobraban las palabras. Porque, a veces, una mirada dice más que mil palabras. La mirada es, sin duda, clave en la comunicación humana. Hay miradas que matan y miradas de amor, miradas que nos derriten y miradas que nos irritan; miradas que nos invitan y otras que nos desafían; miradas llenas de vida y miradas vacías; miradas que nos conmueven y miradas que nos inspiran; miradas cómplices y miradas intensas que hacen superfluas las palabras. Empatizamos cuando adoptamos la mirada del prójimo, poniéndonos en su piel. Para Sartre, la mirada tiene poder existencial ya que nos convierte en seres conscientes de nosotros mismos, de ahí que los ojos se consideren el espejo del alma.

Desde un punto de vista científico, el contacto visual regula la conversación entre personas, influyendo en el grado de intimidad percibida, de manera que su uso adecuado o indebido puede cambiar radicalmente una interacción. La mirada es de hecho una de las primeras formas de conexión con nuestro entorno desde que nacemos, ayudándonos a reconocer rostros, desarrollar vínculos y comenzar a comunicarnos. Pero no solo en nosotros, los humanos, sino también en los animales, la mirada es clave en la comunicación, expresando amenaza, curiosidad o sumisión, así como en la comunicación entre humanos y animales –algo evidente para los que convivimos con mascotas.

Durante millones de años nos comunicamos con gestos y miradas, mucho antes de desarrollar el lenguaje. No es sorprendente, entonces, que más de un 50 % de la comunicación humana se transmita de manera no verbal, a través de nuestras expresiones, nuestros gestos, nuestra postura y nuestra mirada. Aún es más, los estudios de las microexpresiones destacan cómo los ojos son especialmente reveladores de emociones que intentamos ocultar, incluso cuando no hay cambios visibles en la cara, lo que sustenta el dicho de que “los ojos no mienten”. Las miradas evasivas suelen ser interpretadas como señal de falta de interés, deshonestidad o indiferencia.

Es sin duda difícil conversar con personas que no nos devuelven la mirada. Por ello, las empresas que proporcionan sistemas de videoconferencia han invertido esfuerzos significativos en investigación para corregir la mirada de las personas en tiempo real, de manera que parezca que nos están mirando a los ojos a pesar de que no estén mirando directamente a la cámara. Benditos teleprompters que nos permiten leer textos mientras miramos a la cámara, precisamente para poder conectar con quienes nos escuchan.

Dada la importancia de la mirada en nuestra condición de especie social, es preocupante que la mayoría de nuestra comunicación con otras personas tenga lugar hoy en día vía texto o audio, sin acceso a la mirada. La ubicuidad de la tecnología en nuestras vidas, especialmente los teléfonos móviles, conlleva que cada vez más sustituyamos la comunicación en persona, cara a cara, mirada a mirada, por la comunicación mediada por la tecnología, en gran parte empobrecida por ser reducida a mensajes de texto o voz. Y aún más preocupante es la total sustitución del humano en la interacción, de manera que nuestras conversaciones cada vez más son con sistemas de Inteligencia Artificial (chatbots, asistentes personales…) que carecen de cuerpo, de cara, de mirada, y de alma. Y cuando inevitablemente desarrollemos un vínculo emocional (incluso nos enamoremos) con nuestro chatbot favorito, correremos el riesgo de olvidar que al otro lado no hay un ser que siente, sino un algoritmo entrenado para responder; y que esa ilusión de compañía podría terminar erosionando nuestra capacidad de conectar con lo verdaderamente humano.

Cuando no tenemos acceso a la mirada se pierde una parte esencial de nuestra comunicación, se limita nuestra capacidad para establecer un vínculo con la otra persona, se merma la empatía al perderse la información emocional. Sin la mirada, la conexión interpersonal se debilita y corremos el riesgo de no captar lo que verdaderamente siente la otra persona. Un mensaje de texto diciéndonos que “estoy bien” puede sonar convincente, pero sería evidente determinar si la persona realmente está bien o no si pudiéramos mirarla a los ojos. Está demostrado que el contacto ocular activa regiones del cerebro relacionadas con la empatía, la comprensión mutua y la pertenencia al grupo. Desproveer la mirada a nuestra comunicación no solo aumenta el riesgo de malentendidos, sino que convierte nuestras relaciones en más funcionales que emocionales, más informativas que íntimas, más impersonales. Sin la mirada deshumanizamos las relaciones. Cuando no vemos al otro, especialmente en interacciones digitales, es más fácil proyectar nuestras suposiciones o prejuicios, es más fácil insultar y atacar, es más fácil decir cosas que jamás diríamos a la cara. Porque la mirada es la guardiana de la cohesión social, el antídoto ante la indiferencia o el prejuicio.

Esta distancia visual, impuesta por lo digital, afecta al desarrollo emocional de niños y jóvenes, que crecen expuestos a más pantallas que a personas físicas. Al mirarnos menos, también aprendemos menos a leer a los demás, a sintonizar con sus emociones, a captar la complejidad del silencio. La sobreexposición a la tecnología puede llevarnos, de manera inconsciente, a una forma de comunicación más rápida -inmediata- pero menos profunda; más constante -recibimos cientos de mensajes al día- pero menos humana.

Porque la comunicación humana es más que palabras. Mirarse es, en el fondo, una forma de reconocerse. Por eso, en la vorágine del desarrollo tecnológico y nuestro amor desaforado por la tecnología, es más importante que nunca reivindicar la mirada como un acto de presencia plena. Mirar al otro no es solo verlo, es reconocerlo, conectar, estar y co-existir, compartiendo un mismo espacio físico y un mismo momento. En tiempos de división y polarización social, detenerse a mirarnos a los ojos puede ser una forma radical -y necesaria- de reconectar con lo humano y de recordarnos, como sabiamente dijo Sartre, que en los ojos del otro se refleja nuestra propia existencia. En un mundo cada vez más mediado por pantallas, algoritmos de inteligencia artificial y respuestas inmediatas y automáticas, mirar -y ser mirado- sigue siendo un acto profundamente humano. Tal vez el más humano y urgente de todos.

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