¿La pluma inteligente?

Nuria Oliver

Nuria Oliver, PhD

Directora Científica de ELLIS Alicante

14 de abril, 2023

LA TERCERA - Artículo publicado en ABC

«Escribir es poder, dijo Margaret Atwood, y Umberto Eco nos recuerda que, para sobrevivir, es necesario contar historias. Escribir ayudó a Ana Frank a “desprenderse de todo, a que sus penas desaparecieran y su valentía renaciese”. Escribimos porque sentimos (“las palabras son lágrimas escritas” dijo Coelho); escribimos porque pensamos; escribimos porque vivimos (“para probar la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva”, dijo Anais Nin); escribimos porque somos »

Parece ser que los Homo Sapiens existimos desde hace unos 300.000 años. Aunque inventamos el lenguaje escrito hace unos 6.000 años, transcurrieron más de 5.000 años hasta su democratización con la invención de la imprenta por Gutenberg en el siglo XV. El profundo impacto de la imprenta en la difusión de las ideas, el acceso al conocimiento y el avance de la ciencia es incuestionable.

Más de 500 años después, en 1989, Sir Tim Berners-Lee inventó la World Wide Web (o web) cuando trabajaba en el CERN. Marcó el comienzo de la llamada revolución digital que ha universalizado el acceso a la información y al conocimiento en formato digital a cualquier persona del planeta. También ha permitido que la generación y compartición de contenido pasase de estar en manos de una minoría a ser posible para cualquiera. No es sorprendente entonces que hoy se generen –generemos– unos 2.5 quintillones (10^18 ceros) de bytes cada día, el equivalente a 67 millones de películas de 90’.

Tres décadas antes de la invención de la web, nacía el término “Inteligencia Artificial” o IA en la Conferencia de Darmouth de 1956, organizada entre otros por Marvin Minsky, de quien aprendí durante mi etapa en MIT. El origen de la IA es incluso anterior, remontándose a los años 40 y 50 del siglo XX, cuando se comenzó a investigar en la creación de sistemas que realizaran tareas propias de la inteligencia humana, como la percepción, el razonamiento y el aprendizaje. El matemático británico Alan Turing es considerado el padre de la Inteligencia Artificial. En 1950 propuso el famoso “test de Turing” para determinar si habíamos alcanzado la Inteligencia Artificial. En esta prueba, un juez humano interactúa con una máquina y con un ser humano a través de mensajes de texto en forma de chat. Si el juez es incapaz de distinguir cuándo interactúa con el humano y cuándo lo hace con la máquina, entonces se dice que dicha máquina ha superado el Test de Turing y, por tanto, es inteligente. Durante décadas, el Test de Turing se ha considerado el estándar para evaluar los sistemas de IA. Hasta hace poco, superar el test de Turing formaba parte de la ciencia ficción…

Los avances de los últimos 15 años en las técnicas de IA conocidas como redes neuronales profundas o aprendizaje profundo, y especialmente el progreso reciente en los modelos generativos de Inteligencia Artificial están revolucionando la sociedad, de manera similar a como lo hicieron la imprenta o la web. Cuando estos modelos generativos de IA crean texto, se conocen como grandes modelos de lenguaje o Large Language Models (LLMs). Consisten en inmensas redes neuronales profundas entrenadas con miles de millones de ejemplos de textos, en su mayoría de Internet, incluyendo libros, periódicos, revistas y enciclopedias digitalizadas. Estos modelos pueden aprender los patrones que rigen el lenguaje, cualquier lenguaje, con un nivel de competencia similar o superior al de los humanos. De hecho, son competentes en decenas de lenguajes humanos, así como lenguajes de programación o cualquier otro lenguaje que exista en la naturaleza, como el ADN.

Por primera vez en nuestros 300.000 años de historia, vivimos en un momento en el que entes no humanos (programas de ordenador) pueden crear contenido textual (y también imágenes, música y videos) indistinguible del contenido que generaría un humano, pero con una escala y velocidad muy superiores a las de los humanos. El potencial es prácticamente ilimitado.

En cuestión de semanas, cientos de millones de personas han comenzado a interaccionar con chatGPT (el chatbot más popular que se basa en un LLM llamado GPT-3 o GPT-4), generando cada hora millones de textos, conversaciones, poemas, canciones, artículos, ensayos, resúmenes, informes, recetas, consejos, dictámenes o incluso código en el estilo y lenguaje deseados; consumiendo, en el proceso, ingentes cantidades de energía y permitiendo una democratización masiva en el acceso y generación personalizada de información.

Por primera vez, lo que leemos y especialmente lo que leeremos no es ni será fruto del esfuerzo de un humano, sino que será generado por sistemas de IA que han sido entrenados con todos los textos jamás escritos. Textos inicialmente creados por humanos, que pronto convivirán con los potencialmente miles de millones de textos escritos por sistemas de Inteligencia Artificial. Textos, estos últimos, no necesariamente veraces y posiblemente sesgados, replicando o incluso exacerbando patrones de discriminación y prejuicios que existen en la sociedad.

Por primera vez, el sudor frío que nos invade ante el temor de una página en blanco formará parte del pasado. No tendremos más que preguntarle a ChatGPT que nos escriba sobre el tema en cuestión y, de manera educada, diligente e instantánea –como buen chatbot– nos aportará el texto deseado, haciendo desaparecer la temida página en blanco.

Nos encontramos ante un avance tecnológico que cuestiona la propia esencia de lo humano. La ciencia nos dice que somos vagos por naturaleza: si alguien –en este caso, un programa de Inteligencia Artificial– puede hacer algo por nosotros, dejaremos que lo haga; y sabemos también que, en la naturaleza, lo que no se utiliza, tiende a desaparecer. Imaginar una sociedad en la que los humanos dejemos de saber escribir es difícil de concebir, pero es un futuro plausible. Un futuro sin páginas en blanco.

Enfrentarse a una página en blanco puede ser aterrador, pero es también mágico y emocionante: representa un mundo de posibilidades, un espacio infinito en el que podemos explorar y desarrollar la creatividad, una puerta a la libertad. Y aunque es, sin duda, difícil quebrar la perfecta página blanca, una vez comenzamos a plasmar ideas –nuestras ideas– en el papel en forma de palabras, sentimos una satisfacción única al ver cómo toma forma algo que solo existía antes en nuestra mente. Las páginas en blanco son un recordatorio de que nuestra imaginación es infinita y de que todo es posible si tenemos la voluntad de dar el primer paso, de escribir la primera palabra.

Escribir es poder, dijo Margaret Atwood, y Umberto Eco nos recuerda que “para sobrevivir, es necesario contar historias”. Escribir ayudó a Ana Frank a “desprenderse de todo, a que sus penas desaparecieran y su valentía renaciese”. Escribimos porque sentimos (“las palabras son lágrimas escritas” dijo Coelho); escribimos porque pensamos; escribimos porque vivimos (“para probar la vida dos veces, en el momento y en retrospectiva”, dijo Anais Nin); escribimos porque somos. Durante más de 6.000 años, hemos escrito para entender y entendernos, para compartir, para persuadir, inspirar o enamorar, para educar, para emocionar, para empatizar, para sanar, para recordar o para olvidar…

Por ello, espero y deseo que nuestro futuro siga lleno de páginas en blanco que nos provoquen, nos intimiden, nos inspiren y nos inviten a pensar. Les invito a que se unan a nuestra causa, que no es otra que la de exigir y trabajar para conseguir una Inteligencia Artificial por y para las personas y el planeta. Una Inteligencia Artificial que realmente nos ayude y nos complemente, no que nos sustituya. Una Inteligencia Artificial que contribuya al progreso, un progreso, que sin duda, debería incluir páginas en blanco.

Artículo publicado aquí: https://www.abc.es/opinion/nuria-oliver-pluma-inteligente-20230414183649-nt.html